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septiembre 2013

 

Los fenómenos naturales y los desastres son cosas que suceden intempestivamente y es profundamente complejo preverlos. Intensas labores de prevención se ponen en marcha, desde los gobiernos nacionales hasta llegar a los organismos multilaterales para tratar de adelantarse a ellos, minimizando el daño que pueden causar a miles de personas alrededor del mundo.

 

Sin embargo, los desastres naturales también han puesto en evidencia a los gobiernos y a los países. Dichos fenómenos tienen la enorme capacidad de marcar el rumbo de la agenda nacional, de sentar precedentes en términos políticos o de robustecer o destruir gobernantes y gobiernos. Por ello, siempre los fenómenos naturales han sido un termómetro efectivo que suele poner a prueba la capacidad y las habilidades de las autoridades para proteger a la ciudadanía.

 

En el caso de México, el paso de huracán “Manuel” en el Pacífico y de “Ingrid” en el Golfo de México, pusieron en evidencia muchas cosas: desde los robos de aparatos electrónicos en el puerto de Acapulco en medio de la inundación, hasta las pésimas condiciones con que la carretera que conecta el Distrito Federal con el puerto fue construida. La conocida “Autopista del Sol” resultó tener muchas más deficiencias de las que sabíamos. 

 

Parece increíble que aspectos de una obra de infraestructura construida hace muchos años salgan a relucir en este momento. Los fenómenos y desastres naturales, entonces, no solamente tienen la capacidad de evidenciar nuestra vulnerabilidad humana, sino también la política y económica. Sin embargo, ello también ha fungido como un elemento que aglutina a los mexicanos en torno a una causa y le da nuevas razones al Gobierno de la República y de los Estados para liderar una acción concertada en toda la Federación para aliviar el dolor de los damnificados. Es entonces también una oportunidad para mostrar liderazgo.

 

Por mucho que se quiera ocultar, nadie puede permanecer inmóvil frente a un desastre natural; ni los gobiernos, ni los ciudadanos, ni las empresas, ni las organizaciones, ni los partidos, etc. Los fenómenos naturales que han causado grandes desastres en las costas mexicanas son la primera gran prueba para este Gobierno Federal, pues en medio de una inminente recesión económica, con importantes reformas en puerta (como la fiscal y energética) tendrá que demostrar su liderazgo y marcar el rumbo.

El Presidente Enrique Peña Nieto no ha dejado de ser uno de los actores políticos más visibles en la última semana. Primero la presentación de su Primer Informe de Gobierno, posteriormente con el viaje a Rusia, a la ciudad de San Petersburgo para participar en la Cumbre del G20, y por último con la presentación de la “Reforma Hacendaria” (o fiscal), el titular del Ejecutivo Federal sigue colocando los temas en la agenda pública y liderando su discusión.

Si bien el entorno en el que el Presidente Peña está desenvolviéndose es complejo en términos de opinión pública, ha implementado una serie de acciones que se pueden analizar una a una, por separado. En primer lugar, hay que mencionar dos temas profundamente preocupantes para la administración federal: seguridad y economía. Los niveles de violencia en varios lados del país se han salido de control, como por ejemplo los secuestros en el Estado de México y la opinión que se tienen de ello fuera de México no es buena. En segundo lugar, México está a punto de caer en una recesión económica, con todos los efectos negativos que ello traería: reducción del empleo, aumento del déficit público, decrecimiento en la economía y en el flujo de los capitales, la calificación del país para los inversionistas, etc. Adicionalmente, el conflicto magisterial también ha ocupado las primeras planas de los diarios.

No obstante, el Gobierno de la República prácticamente no ha querido confrontarse con nadie por estos hechos y ha realizado hasta lo imposible para navegar en medio de un turbulento mar en las aguas de la política y la economía. Aunque no ha dado muchas respuestas concretas hasta el momento y los resultados obtenidos no son visibles en ninguno de estos campos, hay algo que ha hecho bien: posicionar su agenda.

El Presidente Peña ha marcado el ritmo con el que los tópicos aparecen al público y lidera la discusión de los mismos. La presentación de su reforma en materia fiscal resume todo lo anterior: no se confronta con nadie (porque no aumenta el IVA ni tampoco incluye a los alimentos o las medicinas en él), dejando una ambigüedad en el terreno impositivo, sin embargo, al presentar su reforma la tarde del domingo, posiciona el tema en las primeras planas del lunes. Es una acción nítida.

Ahora bien, se pueden aventurar dos cosas: la primera es que el “Pacto por México” que ha suplido en cierta parte la negociación en el Congreso, cada vez es un mecanismo menos viable para transitar cualquier reforma – aunque también explica lo pálida de la fiscal presentada -. El pacto está agotando su vida políticamente útil y parece tener una fecha de caducidad definida: una vez que se apruebe la reforma energética. La segunda cosa que se puede aventurar es que en los próximos meses la realidad volverá a asomar su rostro en diferentes asuntos, tal como lo ha hecho hasta ahora. En dicho momento, la administración no tendrá el bono democrático que tuvo durante su primer año, sino más bien un entorno adverso en lo general por las situaciones descritas.

La pregunta entonces es: ¿qué hará el Gobierno Federal cuando llegue ese momento?, ¿cuál será el nuevo asunto que buscará posicionar en la opinión pública?, ¿qué sigue en el plan de vuelo del Presidente Peña cuando esto pase?