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La importancia de promover el potencial turístico de México ante el mundo.

ITB

Del 5 al 9 de marzo del 2014 se llevó a cabo en Berlín la feria de turismo más grande de todo el mundo, la ITB (Internationale Tourismus-Börse). México estuvo como país invitado a este evento donde participaron más de 10.000 expositores provenientes de 189 países y al que asistieron más de 60.000 visitantes.

Inicialmente, Brasil había sido escogido como partner del evento para este año,  pero dados los compromisos previos con la realización de la Copa Mundial de Fútbol, cancelaron su participación como país anfitrión. Esto hizo que en solo 4 meses el Consejo de Promoción Turística de México movilizara a todo su equipo para cumplir con el nuevo compromiso adquirido.

Invirtiendo un poco más de US $616,500, se promovió el potencial turístico de México, no solo ante  Alemania, sino ante el mundo. El logotipo fue visible a lo largo y ancho de los 160 mil metros cuadrados de superficie de la feria, se utilizó un stand de más de 700 metros cuadrados, participaron más de 80 expositores del todo el país y se llevaron a cabo eventos de promoción turística por toda la ciudad.

Con la campaña “Live to believe it” y su ceremonia inaugural, México cumplió con las expectativas compartiendo su tesoro cultural, música, danzas tradicionales, platos típicos y artesanías; sin dejar de lado el show multimedia, demostró ante el público internacional que es un país lleno de contrastes que vale la pena visitar.

Entre los resultados de las negociaciones hechas en el marco de este encuentro, cabe destacar que la empresa Cóndor decidió ampliar dos vuelos directos a la semana Múnich-Cancún a partir de octubre, y en abril Lufthansa pondrá en marcha el vuelo Múnich-Ciudad de México. Actualmente solo opera una línea que une a la capital mexicana con Frankfurt.

Luego de la ITB,  la Secretaria de Turismo se reunió en Paris con José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE (Organización para la cooperación y el desarrollo económico), con una agenda específica de cooperación en turismo para discutir temas como conectividad, infraestructura, inversión y Pymes. Esto con el objetivo de compartir experiencias y buenas prácticas que den mayor competitividad al país y generen mayor inversión extranjera.

Para México ha sido todo un reto cambiar la imagen que los medios de comunicación han generalizado sobre la violencia e inseguridad que, según los indicadores, ha venido aumentando en los últimos años. Incluso, el pasado 22 de enero el Ministerio de Relaciones Exteriores Alemán en su sección “servicios al ciudadano” incluyó al país como uno de los “más peligrosos del mundo” y recomienda evitarlo. Advierte que bandas armadas suelen asaltar a los turistas en las carreteras y también sugiere en el comunicado no viajar a los estados de Michoacán, Jalisco, Guerrero y Colima. Agrega en el informe que “A causa de los enfrentamientos violentos entre las milicias populares y miembros del crimen organizado en Michoacán los militares y la policía federal han tomado el control en 27 ciudades en la región de Tierra Caliente”.

¿Es realmente una oportunidad la que le está dando el gobierno alemán a México de cambiar su percepción? Y ¿fue correcta la manera de obviar el tema de violencia en las diferentes presentaciones y ruedas de prensa por parte de las autoridades mexicanas?

La Embajadora de México en Alemania, Patricia Espinosa, se refirió al país como una “democracia estable” queriendo estimular a los posibles viajeros alemanes y de todo el mundo, a pesar de la serie de denuncias que hubo en las pasadas elecciones sobre el posible fraude electoral del actual presidente.

La tensión en la rueda de prensa se sintió y el malestar entre los funcionarios fue evidente, cuando uno de los periodistas quiso tocar el tema álgido y preguntó: “¿Tiene México la capacidad para garantizar la seguridad de los turistas?” A lo que el director de la Oficina de Turismo de México en Berlín respondió: “Todos los lugares turísticos son seguros y nuestro gobierno trabaja para mejorar aún más en ese aspecto”.

Por su parte, la Secretaria de Turismo de México Claudia Ruiz Massieu afirmó ante la prensa: “esta es una oportunidad para colocar a México como un destino principal en el mundo, para incrementar la visibilidad de nuestro país y para transmitir nuestra nueva visión (de país) y el compromiso del presidente Enrique Peña Nieto para que el turismo se convierta en una fuente de crecimiento económico y desarrollo social”.

Evidentemente ya es una fuente de crecimiento económico, pero ¿se está atendiendo el desarrollo social? Greenpeace México hace énfasis en que este sector se ha orientado a la creación de desarrollos sin planeación, “con metas a corto plazo y establecidas sólo para atraer la inversión extranjera, sin importar las consecuencias sobre el ambiente y sobre la gente. Con un turismo de masas creciendo a ritmo tan acelerado, la depredación del capital natural de los ecosistemas está acabando con el valor de la zonas y, por lo tanto, con la riqueza y bienestar de las comunidades”

Hay que dar la mejor imagen al exterior, y mucho más cuando el turismo aporta al PIB del país aproximadamente un 8%, pero ¿es parte de la solución darle la espalda a un problema que cada día se vuelve más visible ante el mundo? ¿Es la inversión social la suficiente para que los problemas de inseguridad disminuyan? ¿La lucha contra el narcotráfico está realmente atacando el problema de fondo? ¿Cómo influye la corrupción en esta desestabilización social?

Esta es una de las oportunidades en las que sirve detenerse un momento y reflexionar: qué está haciendo cada uno de nosotros por mejorar las condiciones del país, desde cada una de las instituciones, organizaciones civiles, empresas e incluso como individuos; qué aportamos diariamente para que las cosas cambien. ¿Es la indiferencia la salida?

//www.greenpeace.org/mexico/es/Campanas/Oceanos-y-costas/Que-amenaza-a-nuestros-oceanos/Turismo-depredador/

//internacional.elpais.com/internacional/2014/02/25/actualidad/1393346693_729228.html

Valery Rojas

Politóloga y Blogger

@Chanteler

(imagen: www.itb-berlin.de)

 

Por: Julia Romero

Inspirada por las conferencias de la UNESCO sobre las directrices para las políticas de aprendizaje móvil, junto con una gran cantidad de información que últimamente he leído acerca de índices sobre la educación en México, los comparativos con el llamado “primer mundo” y al ver el documental de “De Panzazo” de Loret de Mola, decidí escribir sobre mi propia experiencia como Mexicana en el extranjero. Sobre los retos, las frustraciones y experiencias que eso significó para mí, pero también sobre los aprendizajes y cómo eso ha cambiado mi visión sobre la educación en México en general.

Vivo en Berlín, una ciudad fascinante y completamente multicultural. Hay veces, que cuando voy en el metro, siento la sensación de no saber bien dónde estoy. Pues oigo tantos idiomas tan diferentes al día que en ciertas zonas de Berlín me siento como en Francia, en otras como en Turquía, Vietnam, España o incluso en Arabia Saudita.

Decidí venir después de sentir una corazonada que me llamaba a ir a Alemania a como diera lugar, siendo que la primera vez que visité Berlín me fascinó, busqué cursos o estudios de posgrado que me pudieran permitir vivir suficiente tiempo allí como para sentir la vida real del lugar. No la del turista, que solo pasa por los lugares indicados en la guía del hotel, o que se dedica a visitar monumentos al holocausto en Alemania, no, yo quería sentir la vida. Y por eso, hacerlo a través de estudiar algo me pareció la mejor opción.

En realidad soy apasionada del aprendizaje y de la enseñanza, una de las funciones básicas de la comunicación. Disfruto de conocer a personas, lugares, situaciones y diferentes perspectivas. Fue así como encontré una maestría que era perfecta para mí. Un máster especializado en la educación intercultural en Alemania. Con temas como la transmisión de conocimientos en la sociedad multicultural, el estudio de la educación anti-racismo y anti- discriminación, la historia de la migración europea y la psicología de la migración en la sociedad multicultural. Para mí todo eso sonaba fascinante, era una gran motivación. Más allá del título que iba a obtener, que en realidad para mí no tenía ninguna relevancia, yo quería ir a vivir esos temas en esa fantástica ciudad.

Así que me aventuré, ahorré muchísimo para pagarme los estudios, lo cual incluso me sorprendió lo poco que costó el master completo de un año y medio en comparación de la educación superior privada en México, y simplemente me despedí de mi amado DF para saltar al vacío.

En cuanto llegué me sorprendieron muchísimas cosas, todas formaban parte de mi aprendizaje y la mayoría eran incluso parte del programa de estudios. Como por ejemplo, que como preparación para la primera semana de clases se nos pidió que leyéramos una serie de libros que nos adentraran en el contexto de la educación en Alemania, e incluso se nos pidió que trajéramos de casa un objeto que consideráramos que representa un obstáculo y/o una oportunidad para la sociedad multicultural. Desde ese momento me dí cuenta del reto en el que me había metido. A eso le siguió una semana introductoria en la que nos embarcamos los 28 estudiantes de más de 10 países, incluyendo Chile, Bolivia, Turquía, Finlandia, Alemania, Estados Unidos, Grecia, Dinamarca, Algeria, Rumania, República Checa, Rusia, Ucrania y México, y provenientes de los contextos más diversos, desde las ultra-metrópolis como yo, y los provenientes de pueblos de no más de 20,000 habitantes. Todos preparados para conocernos más y tener una probadita de los retos que implica sostener a una sociedad multicultural.

Hacíamos actividades, aprendíamos y nos expresábamos a través de juegos y dinámicas que nos ayudaban a comprender mejor y desde distintas perspectivas. Acabábamos exhaustos. A cada segundo se me abría el mundo. Yo me consideraba una persona abierta, y nunca me había dado cuenta de lo que implica convivir en una sociedad tan diversa, con tantas maneras de pensar distintas, y sobre todo sin juzgarlas y sin catalogarlas. Incluso desde las cosas que parecen muy simples y que la mayoría de las veces damos por sentado, como por ejemplo el saber discutir. Eso no debería sonarme nuevo, si después de todo, estudié Ciencias de la Comunicación. Pero en la vida cotidiana práctica y ante tanta diversidad, incluso eso se convierte en algo muy complejo. Me dí cuenta de que mi capacidad de discutir era casi nula en comparación con mis compañeros.

Los primeros meses del máster me sentí como si me hubieran faltado años de estudio, o más bien (porque sí estudié bastante), sentí que me faltó preparación. En ciertos momentos me apaniqué, siendo el idioma ya suficiente reto, pues casi todos los cursos eran en alemán y solo algunos en inglés. Más allá de eso, la mayoría de mis compañeros poseían una capacidad de análisis natural que a mi me costaba muchísimo trabajo. Ellos tenían la capacidad de discutir.

Para discutir se necesita respetar y sobre todo saber escuchar. Ahí fue cuando me di cuenta de que en mi entorno, más allá de la Universidad, es muy difícil discutir, pues más bien la mayoría de la gente que escucha la palabra discutir inmediatamente piensa en pelear. Cuando pienso en todas las veces que discutía con alguien de la familia, amigos, etc. en realidad lo que hacíamos era que cada quien tenía una forma de pensar a la que se aferraba como si fuera la fuente de la vida inmortal, y el otro ni escuchaba lo que el de enfrente tenía que decir, más bien ya estaba pensando en el argumento siguiente que iba a decir para dar un golpe “letal” a la “discusion” y por supuesto con cada argumento el tono de voz se elevaba más y más hasta que alguien logra más poder que el otro y se acaba la dinámica. En ningún momento me imaginaba una mesa redonda donde exponíamos nuestras perspectivas y nos planteábamos preguntas. Por lo menos hasta entonces así había sido para mí.

Sin saberlo, mis compañeros se convirtieron en espejos terriblemente asertivos de algo que yo necesitaba mirar con atención. Eso me movió el piso completamente. Y ahora que vi estos documentales sobre la deficiencia de la educación en México me regresé inmediatamente a esos momentos donde con todo y haber logrado una educación superior, ante otros seres humanos con una formación diferente me sentí completamente deficiente.

Entonces decidí ponerme al día en lo que me faltaba. Yo también quería participar de esas discusiones. En parte porque me fascinaba la manera en que funcionaba toda la dinámica, en que todos escuchaban con atención cada argumento, en que cada argumento se complementaba y enriquecía refiriéndose a los anteriores, en que en realidad la discusión tenía como objetivo alzar más preguntas y comprender un tema desde más perspectivas, pues todas formaban parte del uno. Y por otro lado porque también me dí cuenta, que aunque habíamos tres latinoamericanas dentro del grupo, el estudio estaba tan centrado en Europa, que cuando comentábamos algo sobre América Latina, nadie podia seguir la conversación, más que las Latinas ahí presentes, porque simplemente para ellos el tema era desconocido. Ahí fue cuando me di cuenta de que si no nos involucrábamos nosotras mismas en los temas de la educación global, nadie nos iba a tomar en cuenta, porque nadie nos estaba mirando.

A ésta se sumaron otras experiencias que me comprobaron cada vez con más fuerza que la mayoría de los europeos no saben casi nada sobre nuestro continente Americano, y menos sobre América Latina. La mayoría piensan que México está en Sudamérica, osea ni siquiera nos podían ubicar geográficamente. Incluso uno de los profesores que dirigían éste máster, quién incluso se considera uno de los padres de la educación multilingual y multicultural en Alemania, le dijo a mi compañera boliviana que Bolivia tenía costa, y cuando mi compañera lo desmintió, no se retractó de lo dicho. Con esto no quiero decir que hay una mala intención, si no simplemente que en ese momento pasaron por mi cabeza todas las horas de clases que estudiamos en México sobre la historia europea, y no lograba comprender que los europeos no hicieron lo mismo con nuestro continente, y que la educación fuera tan eurocentrista. Pero en cierto sentido tenía mucha lógica porque si nosotros cuando estudiamos sólo los miramos a ellos e incluso los ponemos en un pedestal, y ellos sólo se miran a sí mismos (ahora bajo el manto de la EU), pues… ¿quién nos mirará a nosotros?

Nos estamos perdiendo de ésta interacción mundial por no mirarnos a nosotros mismos lo suficiente y bajo distintas perspectivas. Experiencias así me mostraron todo lo que yo como mexicana, podía aportar, y de cómo es en realidad imperativo que en México nos reconozcamos como una sociedad multicultural. Que permita más apertura, diferentes visiones y que promueva dichas interacciones bajo una educación de respeto y promoción a la diversidad humana. Nosotros somos los que tenemos que ser creadores de los contenidos que necesitamos para el bienestar de nuestra comunidad, si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.

Uno de esos días de estudio, me subí a un autobús para ir a la biblioteca dondé prácticamente viví mientras escribía mi tesis. Al autobús se subió una señora de unos 35 años con sus dos hijitas rubias, de 6 y 3 años de edad aproximadamente, que en cuanto se sentaron notaron que alrededor de ellas se sentaban 4 mujeres de origen turco probablemente, que portaban en la cabeza una burca (lo cual es una señal de las mujeres de religión musulmana y de las cuales hay muchísimas en Berlín). Una de las niñas le pregunta a su mama: -Mamá, porqué esas mujeres usan la mascada en la cabeza?- a lo que la madre les respondió – Porque ellas practican otra religión y hablan con otro dios. Y la niña continuó – ¿Y cuántos dioses existen?- a lo que la madre respondió –¡uy muchos!, nosotros nos relacionamos con Jesús, pero existe también Shiva, Allah, y Kukulkán y por ahí en China hay otro, en realidad hay muchos- Y aunque yo no soy una persona religiosa, el simple hecho de observar ésta interacción me hizo darme cuenta de todo lo que aún hay por hacer. México es un país lleno de diversidad, y eso implica grandes retos pero también grandes oportunidades para crear distintos tipos de educación que promuevan el compartir del saber y que refleje lo que queremos ser. Para eso nos tenemos que preguntar primero a dónde queremos llegar. Solo así podremos crear una educación basada en las virtudes y no en las deficiencias y en la competencia.

En cuanto a mi propia historia, terminé mi maestría con excelencia, y aprendí mucho más de lo que incluso me había imaginado. Ahora vivo en Berlín, y realizo proyectos de intercambio entre Europa y América Latina.

Publicado en la edición de mayo de la revista Bicaalú

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