Recientemente se ha podido observar en los medios de comunicación el camino que las reformas estructurales están siguiendo en nuestro país. México necesita urgentemente algunos cambios profundos que lo vuelvan mucho más competitivo y que lo doten con herramientas globales que le permitan insertarse en una nueva realidad mundial.

En ese sentido, la llegada en diciembre de 2012 del Presidente Enrique Peña Nieto marcó una nueva tendencia reformista para la nación, pues una de las primeras acciones que se llevaron a cabo fue la firma del “Pacto por México”, mismo que ha servido como vehículo de negociación entre las diferentes fuerzas políticas. Como se puede sospechar, siempre que un gobierno comienza, debe aprovechar el periodo de gracia natural que se le ha de conceder en la esfera pública para este tipo de acciones concretas.

El “Pacto por México” ha permitido transitar algunas reformas importantes, como por ejemplo la de telecomunicaciones y la educativa, sin embargo, se acerca en los próximos periodos en que el Congreso habrá de sesionar extraordinaria u ordinariamente la “madre de todas las batallas”: la reforma energética. ¿Por qué razón lo anterior? Precisamente porque este tópico está fuertemente anclado a los atavismos culturales mexicanos que se han formado a luz de muchos años y sobre los cimientos de una cultura política profundamente arraigada en torno a temas tabú, como es la soberanía energética.

Por tal razón, la campaña de negociación para avanzar la reforma energética no nada más tiene que ver con negociar con las fuerzas opositoras su aprobación, sino que tiene que empezar por convencer a los mexicanos que “el petróleo sigue siendo de todos”. No obstante lo anterior, la retórica contraria, como por ejemplo la utilizada por Andrés Manuel López Obrador en el sentido que la reforma es “el robo del siglo” para México, cae en tierra profundamente fértil para la desinformación, la manipulación política y la consecución de réditos de índole política y pública partidista.

El gobierno federal enfrentará una de sus pruebas más complejas y el “Pacto por México” será sometido a gran presión para dar resultados. A pesar de lo anterior, el “pacto” ha sobrevivido ya a una elección intermedia (local) y parece que aún le queda un poco de vida. Probablemente esto se deba a que la oposición política está pulverizada, pero aún a pesar de ello, se debe aprovechar todo lo que este pacto puede aún generar. Quizá no vuelva a existir otra oportunidad de negociar políticamente las cosas como está sucediendo ahora mismo. El Gobierno de la República tendrá nuevos desafíos (como por ejemplo, la inseguridad en México o lidiar con el tema de cooperación en dichos asuntos con Estados Unidos) y va a requerir todo el potencial de que es capaz. Aún mejor si todo esto sucede después de que las reformas se aprueben y México comience a despegar su vuelo en el ámbito económico.